miércoles, 16 de septiembre de 2020


 Hace unos cincuenta y pico de años, una fecha poco exacta en realidad (carezco de fuentes fiables), Moisés de Jesús Lozano Hoyos, mi abuelo; un hombre con unos principios morales demasiado marcados, especialmente los conceptos de honestidad, respeto y honradez extremas, además de esto, el hombre poseía una franqueza exagerada y poca sutileza a la hora de hablar, fue desplazado violentamente de la zona rural de Buga (Valle del Cauca), tenía una finca cafetera (¡oh! la bonanza del café en Colombia) donde trabajaba y residía con su esposa y dos de sus hijos, la ola de violencia política (“la violencia” decían los viejos, lucha sangrienta entre liberales y conservadores) arrasó con él y con parte de su patrimonio, su casa fue quemada y recibió un ultimátum de desalojo, este hecho desencadenaría de forma irremediable en dos situaciones notables, por un lado el desplazamiento forzado lo llevó a vivir a la zona montañosa de Riofrío (en el Valle también), lugar geográfico que tenía unas pésimas condiciones para el cultivo del café y la producción agrícola y pecuaria en comparación con el anterior (un peladero, rastrojo y aridez) esto causaría una ruina financiera y un permanente desequilibrio económico, la otra situación, que para mí es la idea central de esta anécdota es el impacto psicológico y el daño tan profundo que la violencia causó en este hombre, alterando así su empatía y capacidad de relacionarse con sus semejantes.
Indudablemente su arribo a la zona de Riofrío fue fuente de infortunios tanto para él como para su familia, la intolerancia por parte de muchos de los habitantes de dicha región no dio espera, entrando continuamente en rencillas, chismes y malentendidos, fueron muchas las situaciones presentadas, pero esta historia se centra en una concretamente, tal vez la más significativa de todas (al menos para mí, aunque la historia no es del todo exacta, las fuentes no son confiables).
Habían dos sujetos colindantes con la finca de Moisés, los hermanos Peña, el primero de los hermanos (en realidad no sé su nombre) era una persona repulsiva en exceso, inventaba chismes, injurias y demás… tan repulsivo fue, que en varias ocasiones defecó en las canoas que llevaban el agua a casa de Moisés (en aquellos días no habían mangueras ni tuberías, se usaban canales hechas en guadua, llamadas canoas, ingeniería criolla), también defecaba en el camino y cubría sus excrementos con hojas secas, una trampa para el caminante desprevenido, en cierta ocasión tuvo la osadía de verter veneno en el nacimiento de agua, intentando matar a la familia Lozano, las continuas trasgresiones por parte de este sujeto hicieron que Moisés lo agrediera, amenazara y posteriormente lo obligara a abandonar la región, el hermano restante, de nombre Gilberto Peña, continuó viviendo en la región y se proclamó heredero del reinado de terror y ofensas de su hermano, la principal ofensa y el hecho más pintoresco de esta historia es este:
Moisés tenía un maizal (lo que llamaban una rosa de maíz) y Gilberto tenía un macho (un mulo), graciosamente decidió adoptar la costumbre de soltar su macho en el cultivo de maíz de mi abuelo, tenía el atrevimiento de cortar los alambres de púa de la cerca del lindero y dejar que su macho comiera plantas de maíz tierno en el campo de su vecino, mi abuelo le hizo sus respectivos llamados de atención, Gilberto haciendo caso omiso prosiguió con sus ofensas cometiendo la acción repetidas veces, la última vez que lo hizo, porque no lo volvió a hacer, iba acompañado de su hijo pequeño (unos diez años), mi abuelo ese día iba acompañado de su hijo de catorce años, da la casualidad que Moisés pilló a Gilberto en el acto, acabando de soltar el macho en el maizal, llevaba el cabezal del animal enrollado en la mano, mi abuelo por su parte le manifestó su descontento ante dichas fechorías, Gilberto contestó, pero no con palabras; sino ¡dándole con el cabezal en la cara a mi abuelo!, fue la última payasada de Gilberto, porque Moisés Lozano, Don Moisés Lozano, sacó la peinilla y lo encendió a filo sin miedo ni piedad, uno de dichos cortes de peinilla le rasgó la piel del abdomen quedando expuestas sus entrañas, en el tajo final su hijo (uno de mis tíos) lo detuvo evitando que le cortara la cabeza a Gilberto, inmediatamente emprendió camino hacia la inspección de policía, se entregó y dio su declaración, Gilberto fue sacado al pueblo en una camilla con los intestinos al aire, totalmente deformado y casi desangrado por los múltiples cortes de un campesino humilde que se hizo respetar y no se dejó pisotear de un charlatán arrogante.
Quince días en la cárcel para Moisés, la venta de alguna vaca para pagar el abogado y la injuria de los vecinos que como cosa rara en este país siempre todos van a parar al bando del malvado y condenan a la víctima que reclama y hace valer sus derechos, Gilberto por su parte casi pierde la vida quedando deformado por los profundos tajos, su salud quedó disminuida, la gracia le salió cara, se dio al destierro y no se supo más de él.
No hay moraleja, porque sería dar cabida a ambigüedades y malas interpretaciones, pero ¿es mala una persona por hacerse sentir y reclamar respeto? Cuando el oprimido se rebela ¿por qué lo muestra la sociedad como el peor criminal? La verdadera enseñanza tan vez sea que no es debido importunar a una persona humilde y sencilla de apariencia insignificante porque el respeto se trata de saber establecer límites para las libertades individuales, yo comparto la visión y la definición de mi abuelo hacia el concepto de respeto, comparto sus actitudes extremas y comprendo su postura ante las personas malintencionadas que se jactan en su arrogancia y disfrutan pisoteando y vulnerando al de origen humilde y apariencia débil.